jueves, 25 de noviembre de 2010

Aprendizaje

Hoy he descubierto algo de capital importancia en mi crecimiento personal. Hoy he aprendido algo nuevo, y sin embargo tengo la sensación de haberlo sabido siempre. Curiosamente, esa sensación, la de haberlo conocido siempre, ha sido algo insistente, como una picazón, como un aguijón. Un fantasma que me ha perseguido sin nombre; algo que ha venido aplastándome desde hace mucho tiempo, y hoy, he descubierto qué es.

Hoy he aprendido, o mejor dicho, he sido consciente de que mis padres no me querrán nunca tal y como soy, y quizás, como consecuencia inevitable a tal descubrimiento, he entendido que quizás yo no sepa tampoco quererles a ellos tal y como son. Yo solo sé que lo intento, y supongo que ellos también lo harán, aunque no lo consigamos, ni ellos ni yo.

Supongo que por eso, siempre he tratado de rodearme de gente que me quiera. Supongo que por eso, parezco tan fuerte. Con el paso del tiempo, he ido escondiendo la fragilidad y la inestabilidad que habita dentro de mi, y de esa manera evito que ronden demasiado a la debilidad que duerme en mis entrañas. Debilidad derivada del tipo de amor paterno y materno recibido, del rechazo familiar, del sentirte extraña entre los tuyos, observada, estudiada y juzgada. Constantemente.

Hasta que la luz, de repente, trae una tregua. Una tregua igual de frágil que el amor que me une a ellos. Y sin embargo, tan poderoso. Tan asfixiante.

Creo que he entendido por qué necesito (si, es una necesidad) que la gente me quiera. Para llenar un vacío. Y por eso trato de proyectar felicidad y vitalidad, para que la gente entienda, de laguna manera, que con que uno tenga ganas de vivir, ya basta. El amor por la vida se contagia, como el dolor y la tristeza; como la rabia y la melancolía. De esta manera, somos más conscientes de la vida, de lo que somos, de cómo somos, de lo que queremos, de lo que sentimos, de lo que entendemos, de cómo amamos.

Es intenso en cada momento. El sentirse viva. El vivir el viento.

Gracias papás, porque soy lo que soy gracias a vosotros. Si el amor que me dais no fuera de la manera en que es, no sería yo. No sería un Pato. ¡Me habéis convertido en un ave! En un Pato, un animal migratorio que se mueve, que se adapta, que sobrevive, hasta en las miserias del parque mas horrible y tétrico.

Y soy luz, como vosotros. Y eso es lo que cuenta. Hemos de brillar, hemos venido a este mundo a eso. Y según nuestra intención, si es sincera o simplemente adecuada al respeto y al amor, brillaremos un poco más. Resplandeceremos hasta ser como la luna llena.

Observadora. Madre. Protectora.

¿Cuántas veces no te he pedido consuelo? Cuántas veces no te busqué, entre lágrimas, perdida, sin ti. ¿Dónde estas, Luna? ¿Dónde estas mamá? Siempre te busco a ti porque estas lejos, en la perspectiva de la distancia. Tienes tus ciclos, como yo, y los reencuentros son siempre especiales, aunque tú siempre estas presente. En mis raíces.

La pachamama y la Luna. Figuras de madre. Figuras de una madre que inventé y que nunca fue la que tuve. Cómplice, amiga. Con confianza suficiente para creer en mí, y con valor para la sinceridad respetuosa.
No es sencillo.

Sin embargo, a falta de madre soñada, y agradecida por tener lo que tengo, he conseguido grandes amigas: María, Roxana, Jessica, Pura.

Mi dulce María, todo es tan extraño a veces.

Pero soy joven, y me siento con vida suficiente y fuerza de sobra para conocer lo extraño, para aprender de la experiencia, para perdonar, pero antes, para perdonarme. Y, sobretodo, para volver a empezar. Porque cada día es el inicio de algo, cada día, en cada instante, tenemos la posibilidad de empezar algo nuevo, con una sonrisa, enderezar las intenciones, y cerrar el círculo, para que se abra otro.

Gracias.